domingo, octubre 18, 2009

Por la Educación Artística

A veces pareciera que la educación artística sigue existiendo en éste país porque seguimos habiendo algunos "necios", que no sólo nos dedicamos al estudio y la práctica del Arte: además sostenemos la necesidad de que se siga enseñando en las escuelas. Y es que no se trata de hacer generaciones de artistas, se trata simplemente de despertar la sensibilidad en los alumnos, con la mirada puesta en el futuro. Después de todo, qué clase de profesional de cualquier area puede ser un individuo que no tiene sensibilidad, por ejemplo un médico, un ingeniero, un abogado o un administrador, incapaz de apreciar una obra de arte.

Un buen día de clase es así: la mañana transcurre, y los alumnos en el salón sonríen, y muestran en el rostro la inconfundible mirada del entendimiento, y preguntan, indagan, quieren saber más. Toman la flauta, y la flauta ya no es un objeto extraño, es un instrumento musical. Abran sus libros, y comencemos a estudiar. Y el pentagrama se revela en el pizarrón con todas sus notas, y la clave de sol, las armaduras, las corcheas, las negras y las blancas, ya no son un misterio.

Cierta ocasión llegué hasta la oficina de una escuela. La señora directora de ese pequeño núcleo laboral al que, cabe decir, parece administrar como su pequeño reino, su coto de poder y al que gobierna, gobernada a su vez, por la vanidad y la estulticia, me recibió. Yo llevaba una propuesta para realizar un taller de lectura y redacción por las tardes, utilizando sus aulas, y su respuesta me dejó sorprendido: en su opinión tal proyecto no debía hacerse, era tiempo perdido, esos niños no leen, ni les interesa la cultura, dijo con pasmosa calma. Me pareció cínico: después de todo el que eso sea o no cierto es responsabilidad también de la escuela en donde acuden "a aprender". ¡O no?

Tengo la impresión de que en ese lugar se sienten depositarios del saber y lo administran con soberbia. Creen que los alumnos son de su propiedad, por ejemplo. Cuando terminó el año decidí que no quería seguir en un lugar controlado por gente con un modo de pensar tan distinto al mío, tomé mis cosas y me marché, a seguir mis clases de arte en otro lado. Ellos, por supuesto, lo aplaudieron.

Después, abrí éste espacio, confiando en que mis alumnos aceptarían la invitación de llegar hasta acá. Y así ha sido.

Hoy, el Taller de la Guitarra sigue sus trabajos. Las aulas, y los alumnos, están en todos lados: por fortuna, el mundo es mucho más grande que una escuela en donde el conocimiento es menos importante que el dinero que se paga por obtenerlo.

Sic Itur Ad Astra

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